La danza macabra del cementerio de los Santos Inocentes de París



La Danza Macabra del Cementerio de los Santos Inocentes de París (entre 1424 y 1425) está considerada como el punto de partida de otras Danzas europeas. Estaba representado en un muro que fue destruido pero dos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional de París.

La Danza Macabra del Cementerio de los Santos Inocentes de París (entre 1424 y 1425) está considerada como el punto de partida de otras Danzas europeas. Estaba representado en un muro que fue destruido pero dos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional de París.

Prologo:


El fresco del Cementerio de los Santos Inocentes inicia con una introducción pronunciada por el recitador. Le siguen cuatro músicos muertos y enseguida comienza el corro de danzantes: el papa, el emperador, el cardenal, el rey, el patriarca, el condestable, el arzobispo, el caballero, el obispo, el escudero, el abad, el magistrado, el sabio, el burgués, el canónigo, el mercader, el cartujo, el sargento, el monje, el usurero y el pobre, el médico, el amante, el abogado, el trovador, el cura, el labrador, el franciscano, el niño, el clérigo y el eremita. El recitador (el actor) en compañía del rey muerto concluyen la danza macabra. Es de remarcarse que ninguna mujer participa en esta danza y que siempre existe una alternancia entre un miembro del clero y un laico (los sabios, los médicos y los abogados también eran considerados clérigos en el s. XIV). La Muerte se sitúa a la derecha de cada uno de los personajes a excepción de la penúltima imagen en donde se encuentra a la izquierda del eremita ya que entre este y el clérigo existe una muerte suplementaria que sólo se inclina y saluda.

El artista que pintó este fresco es anónimo. Es de admirarse su inventiva al representar a la muerte en posturas tan diversas: a veces desnuda, otras vestida con una mortaja; unas veces representada con una guadaña o bien con una lanza, una pala o un leño (¿para fabricar un féretro, un crucifijo?). La Muerte siempre está representada como un cuerpo descarnado salvo en el cuadro donde acompaña al franciscano bajo la forma de una calavera con rostro humano.

El texto de esta danza macabra es atribuido a Jean Gerson, autor pesimista para quien el hombre es una creatura vanidosa de oscuro corazón y llena de pecados. En sus versos percibimos el cinismo de Gerson: la muerte le indica al patriarca “Jamás serás Papa de Roma”; la muerte se mofa del abad: “los más grasientos se pudren mejor”, y del médico que es incapaz de curarse a sí mismo. Ningún danzante recibe simpatía por parte del autor salvo el niño, el cartujo y el franciscano.


La danza macabra
del cementerio de los Santos Inocentes de París
(Completa)


El actor

Oh, tú, criatura pensante
que deseas la vida eterna
he aquí una enseñanza digna de atención
para terminar bien tu vida de mortal:
Se intitula La Danza Macabra
y cada uno aprende a danzarla.
Es natural para hombres y mujeres,
pues la muerte no desprecia ni al grande ni al pequeño.
En este espejo cada uno leerá
que llegará el día para danzar.
Sabio es el que aquí se reconoce.
La muerte conduce a los vivos:
verás a los poderosos partir los primeros
que no hay persona a la que la Muerte no venza.
Mas apiada saber que todo está hecho de la misma materia.



Los músicos muertos

Vosotros a quienes un destino común
hace vivir en condiciones diversas,
todos vosotros, tanto buenos como malos,
bailaréis un día esta danza.
Vuestros cuerpos por los gusanos serán devorados.
¡Ay, observadnos, vednos!:
muertos, podridos, tufantes, esqueléticos;
lo que somos ahora también vosotros lo seréis.



La Muerte

Vosotros que vivís: aunque os inquiete
cierto es que todos vosotros bailaréis.
¿Mas cuándo? ¡Eso sólo Dios lo sabe!
Reflexionad sobre lo que entonces haréis.
Papa, vuestra santidad, el primero vos seréis.
Por vuestro título del más digno señor
seréis honrado con esta consideración.
El honor es el privilegio de los grandes soberanos.

El Papa

¡Ay! ¿Acaso necesario es que inicie yo esta danza?
¿Ser el primero, yo que soy la encarnación de Dios?
He poseído, al igual que san Pedro,
la más alta dignidad en la Iglesia.
Mas la Muerte me requiere como a todos.
No me agrada el morir
pero la Muerte a todos declara la batalla.
¡Poco vale el honor cuando es fugaz!

La Muerte

Y vos, quien no tiene en el mundo otro igual,
príncipe y señor, gran emperador,
debéis arrojar la manzana de oro;
armas, cetro, corona y estandarte
ya no os permitiré ostentar.
Ya no reinaréis,
que llevarme todo es mi costumbre.
Los hijos de Adán han de morir.

El emperador

No sé a quién pedir ayuda
contra la muerte que me tiene en su poder.
Ahora es cuando necesito un arma
para combatir la pica, la pala y la mortaja.
Yo que era el señor más importante sobre la Tierra
por toda recompensa he de morir.
¿Qué es el poder de los mortales?
Ni siquiera los poderosos lo conservan.



La Muerte

Parecéis sorprendido, Cardenal:
¡pero andad, sigamos a los otros!
Vuestra sorpresa de nada os servirá.
Vos habéis vivido con honores y magnificencia.

Vivid cómodamente y disfrutad de la negación
que sólo así podéis olvidar el final.

El cardenal

Justo es que temiera
al verme tan de cerca vigilado:
la Muerte me sale al paso.
Nunca más ni de verde ni de gris vestiré,
con gran desazón debo dejar
mi sombrero rojo y mi suntuosa capa.
Nunca quise entender que toda alegría
termina en tristeza.

La Muerte

Venid, noble rey de coronada cabeza,
reconocido por tu fuerza y tu valor.
Ayer vivíais entre pompa y platillo
mas hoy debéis olvidar vuestros aires de grandeza:
no estáis sólo.
Vuestra riqueza de nada os servirá,
aun el más rico, al final, no posee mas que una mortaja.

El rey

Jamás aprendí a bailar
con tal desenfreno;
¡ay!, sólo ahora se medita y constata
lo que en realidad valen el orgullo, la fuerza y el linaje.
La muerte todo lo destruye,
tanto al poderoso como al débil,
sea grande o sea pequeño.
Entre menos se sobrevalúe uno, más sabio se es:
pues al final sólo polvo seremos.



La Muerte

Patriarca, no basta agachar la cabeza
para quedar exento,
vuestra amada Cruz de Lorena
justo es que a otro pertenezca.
No penséis más en honores,
nunca seréis Papa en Roma;
ahora os llaman a rendir cuentas,
las absurdas esperanzas sólo engañan al hombre.

El patriarca

Bien veo que la gloria mundana
me ha engañado: en verdad os digo
que mis júbilos se han tornado tormento.
¿De qué sirven los honores?
Pretender la cima no es de sabios.
Un alto cargo corrompe a tantos
y sólo algunos logran verlo.
Entre más arriba se llegue
más fuerte será la caída.

La muerte

Gentil condestable,
llevaros a la danza es mi derecho
que hasta los más fuertes —como Carlomagno--
son tomados por la Muerte.
En este duelo de nada os sirven
el gesto feroz ni la armadura,
pues de un solo golpe abato al más robusto.
Las armas no protegen contra el asalto de la Muerte.

El condestable

Aún poseo el espíritu
para asediar y someter castillos y fortalezas
y obtener riquezas y honores.
Mas con decepción veo toda posibilidad
truncada por la Muerte.
Tanto la dulzura como la rudeza le son iguales:
nadie escapa de Ella.



La muerte

Arzobispo, no seáis altivo, acercaos.
¿Teméis ser vencido?
De ello no dudéis, seguidme.
¿Acaso la muerte no permanece a lado del hombre
caminando hombro con hombro?
Se deben pagar las deudas,
rendir cuentas al que os hospeda.

El arzobispo

Ay, no sé dónde posar la mirada
así de grande es la zozobra
en que la muerte me sumerge.
¿A dónde huir para escapar de ella?
Aquel que cobra de esto consciencia
jamás perderá la razón.
Nunca más dormiré en cuartos suntuosos;
debo morir, es la ley.
Cuando deba ser, será.

La muerte

Vos, caballero, que entre los grandes barones
poseía renombre,
olvidad las trompetas y los clarines,
y seguidme sin tardanza.
Vos entreteniais a las damas
haciéndolas por horas bailar.
Ahora os corresponde cambiar de danza.
Lo que una logra, la otra lo destruye.

El caballero

Yo cimenté mi reputación
con bastos hechos de armas que me dieron renombre.
Fui apreciado por grandes y pequeños
así como amado por las damas.
En la corte de los grandes señores
jamás fui calumniado.
Pero este golpe (de la muerte) me ha pasmado.
Bajo el cielo, nada es eterno.



La muerte

Obispo, muy pronto
no poseeréis más nada
ni bienes del hombre ni aquellos de la naturaleza:
a pesar de tu prelatura
para vos todo habrá terminado.
Hará falta que rindáis cuentas de vuestros actos.
Dios hará justicia.
No hay seguridad ni para aquél que llega alto.

El obispo

Mi corazón no se regocija
ante las nuevas que trae la muerte.
Dios querrá pedirme cuentas de todo
y es eso lo que más me desasosiega.
El mundo tampoco me reconforta,
él quien, al final, de todo nos despoja.
Se queda con todo, nada nos deja.
Todo es efímero salvo el mérito de la virtud.

La muerte

Aproximaos, noble señor,
vos que conocéis todos los pasos al danzar.
Ayer portabais lanza y escudo;
hoy vuestros días llegan a su fin.
No existe nada que no siga su curso.
Danzad, seguid el ritmo.
No podréis ser rescatado:
nadie a la muerte escapa.

El escudero

Ya que la muerte me tiene en sus lazos
permitidme al menos decir unas palabras:
adiós placer, adiós disfrute,
adiós mujeres, nunca más reiré.
Pensad en el alma que aspira al reposo
y no os preocupéis de lo otro en demasía.
Ni de vuestro cuerpo que día con día envejece.
Todos debemos morir, aunque ignoremos el cuándo.



La muerte

¡Abad, venid ya! ¿Huís?
No pongáis cara de espanto.
Seguir a la muerte es conveniente
aunque la odiéis.
Despediros de la abadía
que os volvió así de corpulento, así de obeso.
De modo irrevocable y rápido os pudriréis:
los más gordos se pudren primero.

El abad

No tengo ánimos
pero debo franquear el umbral.
Ay, en mi vida no he observado sin fallar
los preceptos de mi orden.
Vosotros que aún vivís
cuidaros de querer tener de más
si queréis bien morir.

La muerte

Magistrado, que conocéis sobre justicia
y sobre lo que conviene a grandes y pequeños
con el fin de gobernar a cualquiera
¡venid ahora a esta audiencia!
Yo aquí os convoco de inmediato,
para rendir cuentas de vuestros actos
ante el Gran Jurado que a todos juzga.
Cada uno cargará su propio fardo.

El magistrado

¡Eh, Dios! He aquí una ardua jornada;
no estaba yo protegido contra tal golpe.
La suerte me ha dado la espalda.
Entre jueces fui respetado
y he aquí que la muerte abate mi alegría,
ella, quien me ha convocado sin previo aviso.
No veo defensa alguna,
a la muerte no se le detiene ni apelando.



La muerte

Hombre sabio, ni vuestros estudios
sobre los astros, ni todo vuestro conocimiento
podrán detener a la muerte.
La astrología de nada vale en esta cuestión.
Todos los descendientes de Adán, el primer hombre,
están consagrados a la muerte: esto lo enseña la teología.
Por culpa de una manzana todos hemos de morir.

El sabio

Ni mi ciencia ni mi rango
sabrán cómo ayudarme.
Mi único pesar, ahora,
es el de morir en confusión.
En definitiva,
no sé más que lo descrito (ahí arriba)
y en ello pierdo la razón.
Aquel que quiera bien morir, bien ha de vivir.

La muerte

Burgués, apuraos, no tardéis más
que no poséis ni patrimonio ni riqueza alguna
que pueda protegeros de la muerte.
Si de los bienes que en abundancia os fueron otorgados 
habéis sacado provecho, habéis sido sabio.
Lo que fácil viene, fácil se va.
Loco aquél que muere amasando fortuna
cuando ignora para quién, en realidad, la atesora.

El burgués

Me duele abandonar tan pronto las rentas,
los bienes, los impuestos y las ganancias;
pero tú, muerte, menosprecias tanto al rico como al pobre,
está en tu naturaleza.
Las creaturas no son sabias al amar en demasía
sus bienes materiales que pertenecen sólo a este reino.
Para los que mucho poseen
más ardua resulta la muerte.



La muerte

Señor canónigo, en la prebenda
ya nada os será otorgado.
No esperéis ni un solo centavo.
Consolaos con esto:
por toda retribución
debéis morir de inmediato.
No tendréis prórroga.
La muerte suele llegar cuando menos se la espera.

El canónigo

Eso en nada me conforta.
Yo fui prebendido por numerosas iglesias
pero la muerte es más poderosa.
Ella toma todo, ese es su estilo.
A la muerte debo darle
mi sobrepelliz blanco y mi capuchón de piel.
¿De qué vale la gloria así envilecida?
Cada quien debe aspirar a bien morir.

La muerte

Mercader, fijaos en esto:
A pie o a caballo
habéis recorrido innumerables países.
Nunca más lo haréis,
he aquí vuestra última travesía.
Debéis venir por aquí,
seréis liberado de toda zozobra.
Quien todo posee, igual codicia.

El mercader

He recorrido montes y valles
para comerciar donde se pudiera.
He andado, por mucho tiempo, a pie y a caballo
pero ahora pierdo toda esperanza.
Con ahínco adquirí bienes;
y la muerte me somete cuando todo poseo.
Es conveniente ir por el camino de la moderación:
Quien mucho abarca, poco aprieta.



La muerte

Andad, mercader, no dilatéis,
no me resistáis más.
Nada os queda por obtener.
Uníos también vos, cartujo,
hombre de abstinencia:
soportadla pacientemente,
lucíos en la danza,
no penséis en vivir más.
La muerte vence a cualquiera.

El cartujo

Tiempo atrás, para el mundo, yo ya he muerto;
he aquí el por qué mis deseos de vivir son menores
toda vez que los hombres temen a la muerte.
Cuando mi carne sea vencida
pido a Dios que mi alma liberada
vaya al cielo después de fenecer.
Esta vida es un vacío miserable.
Tal vive ahora el que mañana no vivirá más.

La muerte

Sargento, que portáis la maza,
me ha parecido que os rebeláis.
Sin razón hacéis mala cara,
si os parece injusto ¡decidlo!,
la muerte os llama.
Quien se resiste sólo ilusiones se hace.
Los más fuertes son los primeros en ser vencidos.
No existe el adversario que a Ella pueda hacer frente.

El sargento

A mí, que soy oficial regio
¿cómo osa la muerte golpearme?
Ayer ejercía mi oficio
y hoy ella me ha pillado.
No sé por dónde huir,
por todos lados he sido acorralado.
A pesar mío me dejo atrapar.
La muerte es ruda con quien no la acepta de buena gana.



La muerte

Venid por aquí, sargento.
No os molestéis en defenderos;
no atemorizaréis a nadie más.
Monje, seguidle sin tardanza.
Decid lo que pensáis si queréis ser escuchado:
Muy pronto vuestra boca será cerrada.
El hombre no es más que polvo y viento;
La vida terrena es tan poca cosa.

El monje

Preferiría seguir en mi claustro y ejercer mi servicio:
es un lugar santo donde se hace el bien.
Pero, como un loco, en el pasado
yo cometí numerosos pecados
de los que no hice penitencia alguna.
¡Que conmigo Dios sea misericordioso¡
que de los que danzan no todos están jubilosos.

La muerte

Usurero de espíritu maligno,
venid rápido y miradme con atención.
Prestar para la usura os ha enceguecido de tal forma
que ardéis en deseos por ganar más dinero.
Mas por ello seréis castigado
porque si Dios en su gloria
no se apiada de vos, todo perderéis.
Peligroso es jugarse todo en una sola tirada.

El usurero

¿Tan pronto debo morir?
Es una pena, una gran tristeza.
No pueden ayudarme
ni mi oro, ni mi plata, ni mi haber.
Moriré, la muerte se acerca,
cosa que me disgusta sobremanera.
¿Por qué esa mala costumbre?
Tal se tienen ojos hermosos que nada se ve.

El pobre

La usura es un gran pecado
como todos ya lo saben
y este hombre, al que la muerte se acerca,
no lo tiene presente.
Este dinero que él cuenta sobre mi mano
me lo presta para todavía usurar.
Ello le será tomado en cuenta.
No será exonerado quien debe aún.



La muerte

Médico, en toda esa orina
¿acaso veis el remedio para libraros de esto?
Ayer todo sabíais sobre medicina
para poder recetar.
Ahora la muerte os demanda:
Debéis morir como todos.
Nada podéis hacer.
Buen médico es aquel que de la muerte puede sanarse.

El médico

Hace tiempo que he dedicado todos mis esfuerzos
al arte de la fisiología.
Poseía de esta ciencia la práctica y la teoría
para sanar enfermedades diversas.
Más ya no sé lo que debo hacer:
Aunque uno lo diga, ninguna hierba ni raíz
ni remedio alguno servirán.
No existe medicina contra la muerte.

La muerte

Galante, cortés y hermoso amante
que sois lisonjeado por vuestro porte,
estáis tomado: la muerte os arrebata.
Partiréis de este mundo con pena.
Vos que tanto lo habéis amado, lo que es una locura,
poco habíais pensado en la muerte.
Muy pronto cambiaréis de color;
la belleza no es otra cosa que un disfraz.

El amante

Ay, ¿acaso no hay ayuda contra la muerte?
Adiós amoríos:
Cuan fugaz es la juventud.
Adiós sombreros, ramos y galanteos;
adiós amantes y doncellas.
Pensad en mí a menudo
y recordad, si queréis ser sabias,
que la lluvia atrae los vendavales.



La muerte

Abogado, sin hacer un gran proceso,
venid a litigar vuestra causa.
Siempre habéis sabido atraer a las personas,
no hay novedad en ello.
Ningún consejo podrá ayudaros.
Debéis comparecer ante el Gran Jurado,
estáis advertido.
Bueno es adelantarse a la Justicia.

El abogado

Es natural que se haga justicia,
pero ahora no sé cómo defenderme.
Nadie obtiene tregua ni goza de favor ante la muerte.
Nadie puede apelar su sentencia.
Algunas veces tomé los bienes del prójimo,
cuando lo recuerdo por ello temo ser condenado.
El día de la revancha ha de temerse.
Dios pondrá justo precio a todo.

La muerte

Trovador que danzabais y sabías vuestras notas
y que tan bien os servíais de ellas
para alegrar a tontos y a tontas
¿qué opináis, vamos bien?
Puesto que os tengo, debéis enseñar
a los otros un paso de danza.
Contradecirme de nada os servirá:
El maestro debe mostrar su talento.

El trovador

Ningún deseo tengo de así bailar,
y lo hago, es cierto, de mal talante
pues no hay pena más ardua que el morir.
He puesto mi instrumento bajo el banco.
Nunca más tocaré la saltarelo
ni danza alguna: la muerte me lo impide
y debo obedecerla.
Ante tal danza, quién no piensa sólo en Ella.



La muerte

Avanzad, cura, sin pensar en ello
siento que estáis abandonado.
Habéis estafado a vivos y muertos
pero pronto seréis arrojado a los gusanos.
Ayer fuisteis ordenado para ser espejo de otros
y ejemplo para ellos.
Seréis recompensado según vuestros actos;
Toda acción tiene su precio.

El cura

Lo quiera o no debo rendirme;
no existe hombre que la muerte no venza.
Ay, nunca más recibiré
de mis parroquianos
las limosnas y las cuotas de sepelio.
Debo presentarme ante el Juez
y rendir, con gran dolor, cuentas de mis actos.
Temo fallar (esta prueba).
Bienaventurado sea el que recibe la gracia de Dios.

La muerte

Labrador, que habéis vivido siempre con penas,
carencias y zozobra,
debéis morir, es una certeza.
De nada sirve cuestionar o recular.
Debéis regocijaros con la muerte
ya que ella os libera de vuestros sufrimientos.
Acercaos, yo os espero.
Loco aquél que cree vivir por siempre.

El labrador

Muchas veces deseé la muerte
pero ahora de buena voluntad le huiría.
Preferiría estar, con lluvia o vendaval,
en los viñedos donde largamente aré;
y le tomaría gusto infinito
pues el miedo me hace perder la razón.
¿Acaso no hay alguien que pueda librarse de este mal paso?
No existe descanso alguno en este mundo.



La muerte

Despejad el camino: estáis en la sinrazón,
labrador. Seguidle ahora, franciscano.
A menudo habéis predicado acerca de la muerte:
Debéis sorprenderos menos
y aún menos alarmaros
que no existe hombre tan fuerte que la muerte no detenga,
por lo que bueno es prepararse para morir.
La muerte siempre acecha.

El franciscano

¿Qué es el vivir en este mundo?
Ningún hombre está seguro de aquí permanecer.
Todo aquí es vanidad,
que la muerte viene y a todos arremete.
Mi mendicidad no me tranquilaza en lo absoluto;
se debe pagar la multa por nuestras malas acciones.
Dios juzga rápidamente:
sabio es el pecador que se enmienda.

La muerte

Niño pequeño, apenas nacido,
poco placer tendrás en este mundo.
Como los otros, serás invitado a la danza
pues la muerte tiene poder sobre todos.
Desde el día del nacimiento
todos están consagrados a la muerte:
loco aquél que no lo tenga presente.
Quien más vive, más ha de sufrir.

El niño

A, a, a, aún no sé hablar;
soy un niño pequeño y mi lengua está muda.
Ayer he nacido y ya hoy debo partir.
No he hecho mas que entrar y salir.
No he cometido mal alguno, pero sudo de miedo.
Tomar la muerte de buena gana es mejor:
Nada altera los mandatos divinos.
El joven muere al igual que el viejo.



La muerte

Consternado clérigo,
¿creéis escapar a la muerte retrocediendo?
No bulláis tanto.
Aquel que sube alto
de súbito ha de caer.
Venid de buena gana, vayamos juntos,
ya que es inútil rebelarse.
Dios castiga cuando le parece.

El clérigo

¿Acaso es necesario que un joven clérigo
que recién toma gusto por su servicio,
pues espera un ascenso,
deba morir de repente? Esto es desesperanzador.
No soy libre de elegir otro rango;
ahora debo así danzar.
La muerte me ha tomado, es su voluntad.
De todo lo que un loco se imagina, poco se realiza.

La muerte

Joven clérigo, no os rehuséis a danzar:
¡mostrad lo que sabéis hacer!
No estáis solo, levantaos,
así os será más fácil.
Venid conmigo, hombre de la ermita,
es mi voluntad, no sintáis pena.
La vida es una herencia incierta.

El eremita

Pese a haber llevado una vida ardua y solitaria
la muerte no me concede tregua.
Todos lo saben y deben aceptarlo en silencio.
Pido a Dios me conceda gracia
y borre todos mis pecados.
Feliz soy por todos los beneficios
con los que él me ha bendecido.
Quien no se alegra con lo que tiene, nada en realidad posee.

La muerte

Bien dicho, así se piensa.
Nadie escapa de la muerte.
Quien mal vive, mal termina;
por ello que cada quien piense en vivir como es debido.
Dios todo sopesara en la balanza.
Bueno es meditar en esto día y noche:
El más grande conocimiento no libra de la muerte.
Nadie conoce el porvenir.



El rey muerto

Vosotros que en estas imágenes
habéis visto bailar a hombres de rangos diversos
pensad en lo que es la naturaleza humana:
nada más carne para los gusanos.
Yo soy la prueba de esto: yo que ahora yazgo,
ayer era testa coronada.
Así vosotros seréis, tanto los buenos como los malos,
gente de todos los rangos: seréis ofrenda para los gusanos.

El actor

Nada es el hombre para quien en el ser reflexiona:
es viento, es cosa transitoria.
Cada cual lo ve en esta danza.
Por ello, a vosotros que miráis esta historia,
debéis guardar memoria de todo esto.
En ella se exhorta, a hombres y mujeres,
a buscar la gloria del paraíso.
¡Bienaventurado aquel que llega a las puertas del cielo!
Mas hay otros que no se ocupan
en aprender cómo es el paraíso
y el infierno: ¡ay, esos tendrán calor!
En las antiguas escrituras
los santos lo muestran con bellas palabras.
Aprendedlo bien, vosotros que pasáis,
y haced el bien: sólo eso debo deciros.
Las buenas acciones hacen mucho por los muertos.

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